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martes, 7 de julio de 2015

A las cuatro y cuarenta y ocho


Estoy permitiendo
Que la medicación no resulte.
Sé que sólo ocupo un espacio,
Pero pronto dejaré de hacerlo.
Me han abandonado y no sé cómo
Ver la soledad
Si no es como otra imposición,
Otra cadena para que mi creatividad
Deje de escribir.
He tenido que existir
Para sentir el dolor, la tristeza.
Que quiero a alguien que no existe,
Quiero al inexistente vacío de un nombre
Y he tenido que crecer como marea que no consigue
Golpear nunca las rocas de las cuevas.
Imagínate
Si salgo por la mañana
Me emancipo en pensamiento
Y, después de soñar mil veces con tus ojos,
No hay extraño en el que no intente encontrarte.
Y nunca lo consigo.
Sabemos que, al final, acabaré muerta,
Y no se podrán reconocer en las tumbas
Los antiguos ojos negros,
La mirada deshecha,
El fanatismo de sus dedos en un papel en blanco
Ni lo especial que te ves en su mirada.
Me tiembla el pulso, me tiembla el llanto.
Creo que he llegado en un momento
Del todo equivocado.
O quizá sea cierto
Que ni si quiera tendría
Que haber llegado.
Que este, realmente, no es mi cuerpo.
Quizá me duela otro corazón sin saberlo,
A las cuatro y cuarenta y ocho de la madrugada,
Cuando las pastillas han dejado de funcionarme.
Tal vez serviría aceptar
De una vez
Que, de otra manera,
Me quieres.
Pero quizá sea tarde,
A las cuatro y cuarenta y ocho de la madrugada.

14.06.15

Cristina Merino

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