El paraíso ha
empezado a humear,
Quizás provocado por algún
pirómano conocido,
Escondido y agazapado
tras nuestros ojos.
Morimos ya una vez,
hace tiempo.
Nos ahogamos después de
vomitar toda la mierda,
Al quitarnos ese no se qué de la vida de encima.
Abandonamos el piano
como quien abandona el hogar,
Corriendo y
desesperados.
Porque ese era el
lugar de casa.
Tras cada tecla negra
y blanca,
Tras cada resaca y
perdición encima de ellas.
Vivieron nuestras
peleas acerca de embarcaderos perdidos,
Acerca de las sombras
de los barcos zarpando
Y acerca de ir tras
ellos, aunque nos separáramos.
Hablamos de teñirnos
la piel,
Para parecer más
iguales.
De arrancarnos los
ojos, para poder ver de la misma manera.
Decidimos abolir
todas las festividades,
Porque no queríamos tener
religiones entre nuestros cuerpos.
Acordamos dejar las
malas hierbas como el pavimento de la nueva ciudad.
Que las putas fueran
las mariposas,
Y los alcohólicos
cada animal muerto.
Que los yonkis
fuéramos tú y yo.
Y quizás por eso
prendimos el lugar que vio nuestro nacimiento,
Porque si permanecía
así, tendríamos miedo de que durara demasiado.
El para siempre nos
acojonaba, por unas implicaciones que no comprendíamos.
Decidimos entonces que
debía ser un lugar desolado,
Como nuestros
corazones, que yacían enterrados bajo el piano
En permanente
contacto con nuestra antigua casa.
No hubo gritos.
Tampoco apareció el
pánico,
Ni ningún fantasma de
los antiguos mitos acerca del amor.
Esperamos los dos a
que nos prendieran las llamas,
A que nos
consumiéramos a nosotros mismos.
Porque teníamos tanto
miedo de que nos viera el mundo.
De adaptarnos a él y
nos comiera,
Que preferíamos sorber
lo que quedaba entre nosotros antes de dejárselo,
Que dárselo a quien
no podría comprendernos,
Ni apreciar nuestra
manera de vivir, encima de ese piano,
Sin ataduras, sin
prendas, sin nada.
Sólo tú y yo encima
del piano, masacrando las teclas con nuestras palabras.
14.02.2014
C. Merino
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