A veces ocurren
cosas inexplicables. Y esa es una de las razones por las que escribo. O bien
para dejar drenar el dolor o para poder expresar algo maravilloso. Empezar a escribirte
a ti es de lo segundo.
Sólo que ahora
duele.
Quizá pueda así entender
por qué casi no hago ese viaje en el que tenía que encontrarme con el
desconocido de ojos verdes, lejos de mis fronteras. Creo que si la gente se
enterara de que existes, ni me creerían. Así que para qué contarles a ellos por
qué intentan drenarse también mis ojos hacia abajo, en saltos de ángel al
infinito de mi almohada.
Mantengo el
arrepentimiento de haberte conocido. Y la dicha de haberlo hecho.
Soy eso. Sentimientos
demasiado encontrados y contrarios. Soy quien siempre la caga por querer
demasiado. Seguro que acabaría morada si cada torpeza mía pudiera tener un
reflejo en mi cuerpo.
Pero qué puedo
hacer para evitar mi terquedad. Mi obstinación. Mi ceguera. Soy una lunática
que creyó en unas esperanzas infundadas en mi deseo. Creía que era cierto. Lo que
no sabía es que yo te acabaría queriendo y que tú… bueno, qué tú,
definitivamente, desaparecerías. Pero dejando tras de ti el nudo en la
garganta.
Me arrancaría los
ojos para poder dejar de ver tu belleza. La menos obvia. Supervivencia, lo
llaman algunos. Gilipollez, otros. Pero qué voy a hacerle si veo lo que quizá
quiero ver, si tú no lo ves en mí. Si las opciones se agotan. Si el tiempo, mi
tiempo, se agota. Cada vez estoy más muerta. Y aún no tengo ni el epitafio con
el que defender mi vida en el más allá, en el que espero, encontrarte también por
sorpresa.
No tengo nada.
Y me extraño, si
sólo tengo esto. Palabras y más palabras. Escritos y más escritos. Aburrimientos
y más somnolencias.
Sólo tengo lo que
no pudo ser contigo.
Entiendo ahora a
los barcos a la deriva que no llegan nunca a puerto. Me encuentro en sus filas.
Navío lleno de mala leche ahogado en su propia tortura.
Soy las
calificaciones más horrendas del mundo a estas horas en las que no puedo evitar
desangrarme por la garganta.
Y sigo extrañándome.
Como si esto alguna vez haya servido para algo. Cómo si alguna vez alguien me
hubiera creído en lo que escribo o he podido decir. En lo que he callado a
martillazos de teclas de piano. En lo que me ha martirizado aún cuando no lo
habías dicho.
Te guardo en mi
extrañeza de haber pensado que la verdad existía en nuestros actos. En los
silencios. No hacer nada también implicaba una consecuencia.
Vivo al margen de
todas las academias de todos los siglos. Vivo al margen de los Medici en
Florencia, de los flamencos, de las diosas madre en Mesoamérica y al margen de
la Torre de Babel en Mesopotamia. Al margen de tu vida. Ahí resido. Donde me
has colocado. Tú mismo has decidido irte y yo no sé cómo recuperar el vacío que
llenaste. Cómo extirpo los sentimientos. ¿Sería fácil si me atravesara con un
cuchillo? ¿Podrías así aguantarme con los borbotones de mi vida en las entrañas
de mi estómago?
Para soportarme,
Dios… Para soportarme se necesitan agallas y demasiado coraje. No sólo vivir al
margen. Demasiada paciencia, toda esa que a mí me falta.
Vivo en los
sollozos de rabia de todas las madres de Cristo que en su muerte se dejan
retratar por los artistas. Y tú, artista, serías el artista que yo quisiera
para representar mi muerte.
Soy los primeros
bocetos sin revisar de esa obra que, finalmente, se descarta, porque a pesar de
si es o no bella, no conmueve absolutamente nada.
Vivo en la
desesperanza de haberte conocido al lado de una puerta, y, que, por impulso,
crucé sin esperar nada. Y ahora, que es cuando espero algo, es cuando ya no te
encuentro. He revisado cada habitación del recuerdo. He abierto los ojos. Ya no
estabas.
Y si supieras que
tienes millones de regalos en todos mis pensamientos cuando escribo. Cuando estoy
acabando con este Word con estas palabras. Si supieras la de gracias que le doy
al mundo por haberte visto dar luz a las sombras, aún cuando el mío era un
lugar inhóspito, salvaje y cruel. El otro ángel que consiguió inspirarme. Ese eres.
El ángel, mi esperanza, de que todo irá bien. Incluso cuando ya no esté
respirando aquí, tras la pantalla. Todo irá bien. Existes. Rubio, existes. Así,
mi dolor se compensa.
Sabes que es para ti. Y es imborrable.
C. Merino
C. Merino
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