Se avistaba el humo,
Y tus dedos luchando con cada
tecla,
Desprendiendo fuego.
Mi mirada se relajaba, en los
silencios,
Pendiente del choque de la carne.
Las pausas se antojaban demasiado
breves,
El resoplido de tus manos se
volvía azaroso
Y lo más antinatural que ocurría,
era dejar ir el aire,
Excepto, quizás, por mis lágrimas.
Me dolían tanto los oídos,
Que quise arrancarme los ojos.
Estabas acabando con todo,
Menos con el sufrimiento en las
notas.
Me imaginaba un paisaje oscuro y
liso,
Mientras te abstraías.
Habría sólo un árbol, un ciprés
alto,
Y como una escena rodada en
cámara lenta,
Con la banda sonora en tus manos.
Te acercarías como quien no
quiere llegar,
Dejarías de tocar y extenderías
los brazos,
Y tu música se me antojaría triste,
fúnebre y vacía
Alcanzando al ciprés que rompe
con la claridad
De una mañana sin tu existencia.
Ni la mía.
Con olor a renacimiento, pero
también a muerte.
30.12.2014
C. Merino