He escrito
ya mil despedidas.
Se acometen
contra la pared dejándose morir.
Y mis manos
anegadas con su rojo.
La espesura
empieza a alcanzarme
Y sé que me
veré ahogada en un mar profundo.
No habrá sal
ni me convulsaré.
Será un
segundo y habré expirado.
No habrá más
movimientos.
Mis ojos se
mantendrán entelados
Con un
blanco roto por lo que fueron sus colores.
Su brillo
los heredará el cielo,
Y mi
voluntad quedará hecha pedazos.
Mis brazos
se mantendrán arqueados a los lados,
Como un
Jesucristo moderno
Bailando al
son de sus propias flagelaciones.
Y mis pies
permanecerán descalzos
Llenos de
llagas, de inviernos y gangrenados.
Porque ya no
pude avanzar más sobre aquello
Que
perforaba a la par mi alma.
Resultaba un
colador ridículo y sentimental,
Una imagen
burda y tosca.
Sin más
sentido que tus palabras,
Que por su
ausencia deliro y me matan.
C. Merino
30.06.2014
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