Me sentía distinta,
Encontrada en el
letargo amargo de un día de borrachera,
Ansiando necesitarte
entre mis brazos.
Como si pudiera
sentirte.
Aunque me sentía
distinta.
Y mis dedos intentaban
acariciar las cuerdas que me sostenían,
Que me sacudían el
cuello.
Las sogas se
extendían a mí alrededor, desperdigadas tras algunos intentos.
Imaginaba que serían
tus manos, acariciando mi yugular,
Y hacía como que sostenía
tus ojos delante de los míos,
Como si pudiera
verlos con mis cuencas vacías.
Me sentía distinta, desnuda
imparcial ante tus monstruos.
Me sentía distinta,
porque deseaba sin saber qué desear,
Sin sentirme asustada
por las palabras.
Me sentía distinta.
Porque me moría de
miedo a vivir, por si estaba muerta.
Porque tus manos eran
las que me colgaban.
Tus labios me
condenaban a una locura insensata de no poder tocarlos.
Y me sentía distinta,
ante los éxtasis del movimiento
De mi cuerpo
oscilante desde lo alto.
Me sentía distinta,
Queriéndote entre
unos brazos que ya no me pertenecían.
Queriéndote en algún
lado y sin encontrarme.
Me sentía distinta,
entre intimidada e intimidante.
Me sentía distinta, porque
haber entrado en mí
Había sido como
derrumbar todos los pilares que me constituían,
Como acabar conmigo.
Como rasgar mis venas
y dejar que me desangre.
Como colgarme, y empezar
a sentir a partir de entonces.
Distinta.
24.03.2014
C. Merino
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