Tengo el corazón bien
apretado entre las manos y sólo gotea sangre. Y el sudor, y las penas, y el
dolor, se queda ahí, anidando, por mucho que apriete. Aunque me lo recoloque,
seguiré en el abismo, sentada en el balcón, dividida en ti y en el mundo. Y el
rechazo resonará como el rugido del león del que me hablaron hace tiempo. Tropezarme
contigo fue jodido por cómo continuó después, pero no es culpa tuya, eso es
cierto. Es mía, que me no puedo evitar sentir por quien quizá no siente. No es que
sea algo a lo que pueda ponerle cinturón de castidad, o aprisionarlo en
cualquier cárcel, o someterlo a vigilancia constante. Siempre se escapará. Y
ruges, porque te oigo, y yo, que estoy tumbada en el balcón, me balanceo hacia
el lugar donde no puedo verte. Te doy la espalda y me tiro al vacío de una
existencia en la que no apareces y yo, que no pertenezco a ningún otro lugar que
no sea ese recuerdo, me devasto en el suelo. Pero no te confundas. No es que no
pudiera vivir sin ti, es que no era la opción que quería. Pero de eso se trata
esto, de vivir saltando de vacío en vacío, de decisión propia a decisión ajena,
de sangre a sangre, de herida a herida. Y las cicatrices se vendan para dar
paso al siguiente vacío, y en vacío a vacío, se consigue respirar algo de
verdad. Hasta devorar mis esperanzas, por supuesto, y perecer de tanto que
quise no haber tenido que moverme del balcón, hacia el lugar de la existencia
en la que no existías. Había lugares dónde podías seguir existiendo. Pero por
mucho que llore y arremeta con mis puños contra el suelo, no hay manera de que
te vayas. Y sé que no quiero que lo hagas. Pero tenía la esperanza de no
encontrarme en la encrucijada de no saber qué hacer, si acabar conmigo o si dejarme
matar.
Así que me escapo, de
vuelta a la vida. Quizás ahí no exista el mundo. Pero me escapo para encontrarte
y terminar con el miedo. No puede ser tan malo morirse si se puede morir en tus
dedos.
21.04.15
C. Merino
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