© 2013-2017 Cristina Merino Navarro


lunes, 24 de marzo de 2014

Me sentía distinta,
Encontrada en el letargo amargo de un día de borrachera,
Ansiando necesitarte entre mis brazos.
Como si pudiera sentirte.
Aunque me sentía distinta.
Y mis dedos intentaban acariciar las cuerdas que me sostenían,
Que me sacudían el cuello.
Las sogas se extendían a mí alrededor, desperdigadas tras algunos intentos.
Imaginaba que serían tus manos, acariciando mi yugular,
Y hacía como que sostenía tus ojos delante de los míos,
Como si pudiera verlos con mis cuencas vacías.
Me sentía distinta, desnuda imparcial ante tus monstruos.
Me sentía distinta, porque deseaba sin saber qué desear,
Sin sentirme asustada por las palabras.
Me sentía distinta.
Porque me moría de miedo a vivir, por si estaba muerta.
Porque tus manos eran las que me colgaban.
Tus labios me condenaban a una locura insensata de no poder tocarlos.
Y me sentía distinta, ante los éxtasis del movimiento
De mi cuerpo oscilante desde lo alto.
Me sentía distinta,
Queriéndote entre unos brazos que ya no me pertenecían.
Queriéndote en algún lado y sin encontrarme.
Me sentía distinta, entre intimidada e intimidante.
Me sentía distinta, porque haber entrado en mí
Había sido como derrumbar todos los pilares que me constituían,
Como acabar conmigo.
Como rasgar mis venas y dejar que me desangre.
Como colgarme, y empezar a sentir a partir de entonces.
Distinta.

24.03.2014

C. Merino

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