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viernes, 6 de julio de 2018

DERIVA


En realidad, me ciega el sol porque he querido que lo haga. Por muy claro que tenga el deseo, el rumbo, a veces, lo marca el torbellino de una profundidad desconocida en el fondo, muy fondo, de una Atlántida. Lo único cierto es que quiero seguir a la deriva, por tener la certeza de que es ahí donde pueden nacer las sorpresas. Ahí donde Jung afirmaba que se veía la magia... y yo no puedo evitar creer en ella. En un regalo sincrónico del tiempo que vivo.

Como si tuviera sentido lo que digo y la mitología existiera en mí. Como si tuviera que tenerlo o como si yo tuviera que ser.

Como si no hubiera una acupuntura perfecta, en los puntos exactos, para ahogarme sin necesidad de hacer fuerza. Tan sólo mi pecho hundiéndose lentamente, esperando, con paciencia, la próxima inyección de adrenalina, antes de verme desfallecer… y volver a levantarme.

La suerte es que, a menudo, creerse fuerte, implica serlo, aunque este mundo me dé miedo, por si me vuelvo tan solitaria y tan animal, tan salvaje desconocida en un paraje infestado de gente, que al girarme para intentar discernirte, ya no vea, no escuche, no aprenda.

Estoy convencida de que todas estas jeringas clavadas en el corazón, un día, sé, por ser la autora, que caerán solas. Tal vez, entonces, pueda nacer una espada de mi cuerpo desnudo, como un desafío divino, llegando, al fin, al palacio, boca abajo, que siempre me ha tentado con el fin del mundo.

Quizás, ese momento sea la oportunidad de entenderlo todo. Aunque, con lo valiente que es el miedo, qué coraje pensar que yo también lo soy si para seguir andando me enfrento a mí misma.

Por si acaso, por si un día me juzgan, sólo diré que soy consciente de que tengo columnas vertebrales en las plantas, abriéndose en canal por mis pies, y sé que un día sólo serán heridas. Por eso, jamás querré la belleza de una diosa que nace perfecta de la espuma del mar. Soy morena caótica y no tengo claro dónde he nacido y no importa que no haya sido de una concha ni cerca de la arena.

Por ahora, si hay alguien entre los árboles, y consigue oír esto, que no haga ninguna señal si me ve. Tan sólo que corra. Por si, de verdad, la velocidad no existe y el tiempo es tan relativo, que se disfruta, y la magia llega y yo llego, y una espada nace de mi vientre y unas alas de mi espalda. Por si sonrío mientras veo como corre con otra espada nacida de SU vientre y otras alas de SU espalda. Y otra sonrisa en su cara y otra magia me rodea.

Ahí, la inmortalidad no será un concepto básico humano. La libertad tampoco.

Un día sé que lo entenderé todo. Incluida esta imagen grabada en mi retina.

Pero hoy, no me hace falta.

Hoy, sólo quiero correr a mi velocidad, por todos sitios.



Cristina Merino

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