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jueves, 7 de mayo de 2015

Gato.

A veces ocurren cosas inexplicables. Y esa es una de las razones por las que escribo. O bien para dejar drenar el dolor o para poder expresar algo maravilloso. Empezar a escribirte a ti es de lo segundo.
Sólo que ahora duele.
Quizá pueda así entender por qué casi no hago ese viaje en el que tenía que encontrarme con el desconocido de ojos verdes, lejos de mis fronteras. Creo que si la gente se enterara de que existes, ni me creerían. Así que para qué contarles a ellos por qué intentan drenarse también mis ojos hacia abajo, en saltos de ángel al infinito de mi almohada.
Mantengo el arrepentimiento de haberte conocido. Y la dicha de haberlo hecho.
Soy eso. Sentimientos demasiado encontrados y contrarios. Soy quien siempre la caga por querer demasiado. Seguro que acabaría morada si cada torpeza mía pudiera tener un reflejo en mi cuerpo.
Pero qué puedo hacer para evitar mi terquedad. Mi obstinación. Mi ceguera. Soy una lunática que creyó en unas esperanzas infundadas en mi deseo. Creía que era cierto. Lo que no sabía es que yo te acabaría queriendo y que tú… bueno, qué tú, definitivamente, desaparecerías. Pero dejando tras de ti el nudo en la garganta.
Me arrancaría los ojos para poder dejar de ver tu belleza. La menos obvia. Supervivencia, lo llaman algunos. Gilipollez, otros. Pero qué voy a hacerle si veo lo que quizá quiero ver, si tú no lo ves en mí. Si las opciones se agotan. Si el tiempo, mi tiempo, se agota. Cada vez estoy más muerta. Y aún no tengo ni el epitafio con el que defender mi vida en el más allá, en el que espero, encontrarte también por sorpresa.
No tengo nada.
Y me extraño, si sólo tengo esto. Palabras y más palabras. Escritos y más escritos. Aburrimientos y más somnolencias.
Sólo tengo lo que no pudo ser contigo.
Entiendo ahora a los barcos a la deriva que no llegan nunca a puerto. Me encuentro en sus filas. Navío lleno de mala leche ahogado en su propia tortura.
Soy las calificaciones más horrendas del mundo a estas horas en las que no puedo evitar desangrarme por la garganta.
Y sigo extrañándome. Como si esto alguna vez haya servido para algo. Cómo si alguna vez alguien me hubiera creído en lo que escribo o he podido decir. En lo que he callado a martillazos de teclas de piano. En lo que me ha martirizado aún cuando no lo habías dicho.
Te guardo en mi extrañeza de haber pensado que la verdad existía en nuestros actos. En los silencios. No hacer nada también implicaba una consecuencia.
Vivo al margen de todas las academias de todos los siglos. Vivo al margen de los Medici en Florencia, de los flamencos, de las diosas madre en Mesoamérica y al margen de la Torre de Babel en Mesopotamia. Al margen de tu vida. Ahí resido. Donde me has colocado. Tú mismo has decidido irte y yo no sé cómo recuperar el vacío que llenaste. Cómo extirpo los sentimientos. ¿Sería fácil si me atravesara con un cuchillo? ¿Podrías así aguantarme con los borbotones de mi vida en las entrañas de mi estómago?
Para soportarme, Dios… Para soportarme se necesitan agallas y demasiado coraje. No sólo vivir al margen. Demasiada paciencia, toda esa que a mí me falta.
Vivo en los sollozos de rabia de todas las madres de Cristo que en su muerte se dejan retratar por los artistas. Y tú, artista, serías el artista que yo quisiera para representar mi muerte.
Soy los primeros bocetos sin revisar de esa obra que, finalmente, se descarta, porque a pesar de si es o no bella, no conmueve absolutamente nada.
Vivo en la desesperanza de haberte conocido al lado de una puerta, y, que, por impulso, crucé sin esperar nada. Y ahora, que es cuando espero algo, es cuando ya no te encuentro. He revisado cada habitación del recuerdo. He abierto los ojos. Ya no estabas.

Y si supieras que tienes millones de regalos en todos mis pensamientos cuando escribo. Cuando estoy acabando con este Word con estas palabras. Si supieras la de gracias que le doy al mundo por haberte visto dar luz a las sombras, aún cuando el mío era un lugar inhóspito, salvaje y cruel. El otro ángel que consiguió inspirarme. Ese eres. El ángel, mi esperanza, de que todo irá bien. Incluso cuando ya no esté respirando aquí, tras la pantalla. Todo irá bien. Existes. Rubio, existes. Así, mi dolor se compensa.



Sabes que es para ti. Y es imborrable.


C. Merino

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