Arrancabas las
hojas de mis pensamientos caídas,
De un suelo
vespertino.
Los pináculos
atravesaban tu cuerpo
Ante mis
ojos desencajados.
Las flores
se marchitaron, como un edificio viejo,
Y los pétalos
ennegrecieron tu luz tenue y clara.
Las ramas
caían desprovistas de tu vida,
Ahogadas en
tu sangre que manchaba la tierra,
Aguantando tu alma.
No proyectabas
ninguna sombra bajo mis pies,
Cansados y delirantes,
Avanzando
sin motivo hacia el vacío que proyectabas.
No se oía tu
respiración agitada como imaginaba que estaría,
Ni desbocadas
palpitaciones de tu corazón ensordecido.
Tus rodillas
ahora encharcadas con el vino de Dionisio,
Jurando con
el suelo tu permanencia fija e intacta.
[Preso de mis manos que no querían soltarse, separadas de las tuyas.]
El órgano te
dedicaba sus últimas canciones,
Sancionadas por
tus leyes absurdas acerca del cortejo cuando alguien muere.
A mí un
muerto me dedicaba sus últimas notas que,
[Después de entender que no las
entendía]
Amenazaban mi calma.
Y no establecía
reglas para matar al miedo.
Tu piel se
retorcía en los grados previos al éxtasis de tu cuerpo agitado,
El lobo
aullando provocando espasmos voluntarios bajo mis desnudez marmórea.
Y los
pensamientos impuros, oscuros se van armando
Van imponiendo
la voluntad del diablo
Y las cenizas,
Las cenizas
del tiempo empiezan a arder entre nosotros.
La eternidad
arde y nos separa.
30.04.2014
C.Merino
Así, así dándole forma, me resulta atractiva a la vista señorita.
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