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lunes, 9 de junio de 2014

T Í A

La muerte avanza sin sigilo alguno,
Intentando corromper la estancia blanca
Así como tus ojos verde oliva.
Las teclas crujen y gotean en tu alma,
Resbaladiza de tu cuerpo.
Dios es egoísta.
Porque le tiene a él,
Y también la quiere a ella.
Su enviado nos atemoriza y amenaza.
Nos ha castigado con el dolor de la inexistencia,
De la nada que llega confiada y frme.
Dios es egoísta.
Porque me quiere quitar lo mío,
Porque quiere llevárselos a todos aunque pida que no lo haga.
Y dejarnos a nosotros como consortes de la guadaña,
Delincuentes esperando otro destino distinto al suyo.
El de un dolor que se olvida.
Y de repente,
La herida se abre, de nuevo.
Y el recuerdo florece,
De tu cuerpo débil y pequeño,
Retorciendo las manos y pidiendo clemencia.
Pides un parón con tus ojos,
Nos desesperas con la mirada.
Y salimos de la estancia para llorar y no nos veas.
Aunque ya lo sabes, Dios te reclama.
Tus manos se entrecruzan en tu pecho
Anhelando dormir.
Dios anhela que te vayas, que nos dejes,
Y mi consuelo es que no está sólo.
Que hay otro que conoces que estará recibiéndote cuando toque irse.
Cuando Dios decida que te lleva, y yo decida no olvidarte,
Mantenerte de alguna manera entre mis respiraciones.

26.05.2014

C. Merino

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